-Hija, no hagas eso…-…
-¡¡Gabriela, ya basta!!
Lo azotó hasta despedazarlo. Empezó a olerlo. Lo lamió.
-¡Por favor, Gabriela, no te lo comas!- Finalmente lo mordió y su madre calló los sollozos. La niña jadeaba mientras arrancaba la exquisita carne de sus huesos. Entonces recogió lo que quedaba y fue a enterrar al gato.